No hay obstáculo que no se pueda superar, eso dicen, es tiempo de acudir obsesivamente a los mantras más optimistas, la vida volverá a dar un vuelco positivo, seguro… volverá a sonreír la suerte.
Casi seis meses en el dique seco, luchado contra el tiempo, las incertidumbres y sobre todo el persistente dolor que no quería abandonar mi pierna. Seis meses de interminable peregrinar en busca de la ansiada solución, que cruel y misteriosa se escondía en algún recoveco de mi lesionada rodilla.
Diario de un lesionado: Capitulo 1
Seis meses
Lesiones he tenido muchas, pero ninguna como esta. Todo comenzó en Formigal, una soleada mañana de febrero de este año, en lo que debían haber sido unos magníficos días de snowboard y risas con Jorge y Pablo.
La cosa iba bien, acabábamos de hacer una bajada brutal con una nieve fresca recién caída, con un par de saltos espectaculares y mucha velocidad. De esas que llegas con una sonrisa de oreja a oreja, con la adrenalina por la nubes y dices: ”¡quiero más, ya!” Fue el típico momento del día en el que descubres un sector tremendo y sabes que vas a pasar en esa zona el resto de la jornada.
Así que subimos, pero esta vez para entrar por una zona menos evidente, con bastante roca y más pendiente. Jorge entró en una especie de canal estrecha de unos 100 metros de largo que al final se abría en una enorme pala de nieve virgen. Entré después de él y en la parte final, en un giro, me desestabilicé por alguna razón y por no irme hacia un cortado lleno de rocas que tenia a mi derecha forcé un giro bruscamente hacia el lado contrario. Cerré los ojos así que no se muy bien como fue el asunto, salvando así la situación. Pero la cuestión es que en algún momento mi pierna izquierda hizo algún gesto raro y un dolor no demasiado intenso invadió mi rodilla durante unos minutos.
Acabe cansado como era normal, con sensación de haber disfrutado de un gran día de nieve y con una leve y casi imperceptible molestia en la rodilla izquierda. En principio no le di demasiada importancia, otras veces he notado pequeñas molestias después de carreras o actividades intensas que luego se han esfumado poco a poco con la recuperación y el descanso.
Pero esta vez era diferente, algo iba mal. Al día siguiente al levantarme de la cama mi preocupación creció en intensidad ya que apenas podía andar. El dolor tímido y sutil del principio era ahora intenso y evidente. No se trataba de una pequeña molestia, era algo más.
Haciendo un ejercicio de prudencia y responsabilidad paré de entrenar con la esperanza de que, en apenas unos días, los dolores remitieran y mi estado de forma no se resintiera demasiado. Durante esos días hice vida con normalidad, iba a trabajar y dedicaba mi tiempo libre a actividades alternativas aunque seguía con molestias. Tras dos semanas de parón decidí salir a correr con mi novia, planifiqué un entrenamiento suave de unos 5 km y a partir del tercero el dolor comenzó a manifestarse incipiente y burlón en la rodilla. Lo supe al instante: “adiós rodilla…” así que tocaba ir al médico.
En la visita al médico del seguro de la Federación lo único que saque en claro es que, puede que tuviera una condromalacia patelar y que debería llevar la pierna inmovilizada y estar de reposo hasta que me hicieran una resonancia para saber el grado de mi lesión.
Un mes después por fin me hicieron la resonancia y el traumatólogo después de la explicación que le di y tras verla, me dio el peor diagnostico posible. Edema retropatelar… un mazazo que no esperaba.
Lo fundamental es tener paciencia y por supuesto descanso deportivo, me dijo. De plazos no quiero hablar. Por mi parte seguro que va a ser lo mínimo, pero la recuperación ósea es una incógnita y puede suponer de dos meses hasta ocho, nueve, o algunos casos más graves que acaban en quirófano. Mejor ni pensarlo, de hecho, estoy seguro que será más rápido de lo que creo, pero en casi dos meses parado la situación no ha avanzado casi nada. Así que pasé de estar en la montaña a pasar semanas tirado en un sofá.
Lo peor de una lesión es «no saber que hacer con ella», no saber como encararla y finalmente ir dando bandazos probando distintas alternativas que a modo de juego de azar te aporten la solución en un afortunado golpe de suerte.
Después de varias semanas de flirtear con el autotratamiento, de perderme por miles de páginas de internet repletas de angustiosas predicciones, por fin acudí a rehabilitación. Unas sesiones de magnetoterapia y ultrasonidos junto con una serie de movimientos articulares suaves fue la planificación planteada por la fisio que me atendió y así estuve 2 semanas.
Verme encauzando en un camino marcado bajo la asistencia de un profesional mejoro mi entristecido estado de animo, pero durante esos días las molestias remitieron muy poco, por no decir nada y no creía ver por fin la ansiada salida del túnel. Un dolor difuso e intermitente me provoco de nuevo la sensación de estar perdido en un enorme y confuso laberinto con miles de esquinas de desconocido destino. Hay que volver atrás y situarse de nuevo en la linea de salida y ya estamos a principios de Junio.
Un mes después me hicieron otra resonancia y los resultados no fueron alentadores, el edema seguía ahí…
La montaña es luchar contra miles de adversidades, superarlas y seguir adelante, no dejar nunca de sentirse montañero aunque las botas permanezcan aparcadas en el armario ante su propio asombro.
Y pensar… pensar en cada momento de impreciso dolor, que pronto volveré a caminar por las montañas, a escalar, a correr… Que volveré, no puedo ponerlo en duda nunca y cuando vuelva mis piernas serán lentas y débiles pero poco a poco, trote a trote… volverán a correr más rápido, más fuertes y más tiempo. Y llegara el día que volveré a participar en una carrera y cruzaré la línea de meta y el tiempo será discreto, seguro, pero la meta será la misma de siempre, será mi meta, mi propio triunfo ante la adversidad.
Y mientras escribo estas últimas lineas miró mi rodilla, la izquierda, mi dichosa rodilla izquierda y las dudas se mezclan con el deseo y siento el optimismo creciendo en mi interior.
¡Ya queda menos!